La
formación integral de un hombre es el resultado de su relación directa con el medio en que vive, miles de personas,
hombres, libros, filmes, venturas, desventuras, etc. Pero, sobre todo, de las
mujeres con que haya tenido la suerte de compartir. Puede ser un amor de
pareja, sensual, íntimo. O amistoso y maternal, siempre será trascedente.
Cuando
un hombre excepcional encuentra una
mujer de similares condiciones a las suyas es un afortunado. A mi juicio ese es
el caso del joven médico argentino Ernesto Guevara quien a su llegada a la
Guatemala de Arbenz encontró a Hilda Gadea Acosta. Ella tenía excelentes
relaciones con importantes funcionarios de aquel gobierno lo que sirvió al argentino. Ella era de pocos
atractivos femeninos y de una enorme belleza
espiritual, que es la importante porque
es la perdurable.
La
naturaleza fue generosa con ella pues la dotó de una gran inteligencia y bondad
entre otros valores muy apreciados como el desinterés. Resulta deplorable que
Hilda no sea más conocida, incluso en la comunidad guevariana.
Nacida
en Perú, Hilda estudió hasta graduarse como economista; lectora infatigable
acumuló una sólida y amplia cultura. Conoció en Guatemala al cubano Antonio
López Fernández (Ñico) uno de los 27 cubanos que atacó el cuartel de Bayamo el
26 de julio de 1953, hombre de una gran
cultura política. Es a través de Ñico que Hilda conoce al Che entonces un hombre joven con una cultura
amplia pero aun en formación en la cual Hilda influyó decisivamente. Entre
ellos surgió una relación que los llevó al matrimonio el 18 de agosto de 1955,
estando embarazada ya. El 15 de febrero de 1956 nació Hilda Beatriz, a la que
el padre, ya conocido como el Che llamó, en carta a Hilda, pétalo más profundo del amor. La misiva se inicia así: Querida Vieja, y está fechada en la
Sierra Maestra el 28 de enero de 1957 cuando no se habían cumplido 2 meses de su llegada a territorio
cubano.
Al
triunfar la Revolución Cubana Hilda y su hijita vinieron a Cuba, pero ya la
relación había languidecido y el Guerrillero y Hombre tenía un nuevo amor.
Hilda no exigió nada. Trabajó en Cuba hasta su muerte ocurrida en 1974. La
Mujer excepcional que fue la Gadea debió ejercer notable influencia en su
marido, ella era un tanto mayor que él y tenía amplia experiencia política. La historia
le está en deuda. No he leído su libro en donde escribe de sus años con el Che.
Alguna vez podré obtenerlo.
No
conocí a Hildita personalmente, fallecida en Cuba a los 39 años igual que su
padre, en condiciones que no vienen al caso, pero hablé con ella por teléfono.
De esa conversación, una sola, guardo un recuerdo imborrable. Su abuelo Don
Ernesto, fue siempre su Abuelo, de
él jamás se quejó y nunca lo criticó, me dio su teléfono así como la
autorización para que le llamara en su nombre. Lo hice. Ella entonces trabajaba
en la biblioteca de la Casa de las Américas (¡hay tanto que agradecerle a Haydee Santamaría!).
Lo
hice para invitarla a visitar mi escuela, era principios de la década del 80
del pasado siglo. Me atendió gentilmente. Me dijo que no podía venir a Santa
Clara porque su carro no tenía gomas (neumáticos) creo que era un pequeño
polaquito. Quedé anonadado.
La
hija mayor del Che no pedía gomas para su carro, simples gomitas, teniendo tantos tíos a quienes pedírselas y que la
complacerían con sumo gusto. No creo que fuera un exagerado privilegio. ¡Andan
tantos carros en las vías!
Pero
Hildita era muy sencilla, tenía apellidos sublimes y formación también sublime.
La Hildita de que escribo y la Hilda que la formó merecen un respeto eterno. Y
un homenaje permanente.